ROPA Y JOYAS DE ORIENTE
Palabras clave

El comienzo de mi viaje a India

Hace 5 o 6 años tomé la decisión de viajar. Honestamente, porque vi que un par de conocidos lo estaban haciendo y entonces no quería quedarme atrás. Así que aprovechando que aún vivía con mis padres comencé a ahorrar lo más que pude y a buscar trabajo en el extranjero. Siendo arquitecta de profesión, envié correos con mi currículum adjunto y links a mi portafolio, a cuanta oficina de arquitectura pude encontrar, tanto así, que Outlook respondió a mi insistencia con un correo que me acusaba de spam y amenazaba con cerrar mi cuenta. No se exactamente cuántos correos se requieren para ser calificado como spam, pero estoy segura que bastantes. Los suficientes como para obtener algo de feedback, aunque la mayoría del tipo «…thank you for your interest but we are not hiring at the moment, we will keep your info on the record in case we have an opening in the future…» De todas las oficinas a las que escribí, en todas partes del mundo, literalmente, sin discriminación alguna excepto por China, nunca me interesó trabajar ahí, recibí mayor interés desde Asia. India particularmente.

Tuve una entrevista por Skype con una oficina de Bombay que no se concretó por no ofrecer sueldo, sino que era solo una pasantía. Tuve otra respuesta desde una oficina en Pune, que aunque no me ofrecía un trabajo, curiosamente el CEO justo venía a Santiago y me pidió que nos juntáramos. Así que cuando llegó lo fui a buscar al Sheraton, lo llevé a comer mariscos a Borde Río a él y a su socio, y hablé con mi Universidad para que lo dejaran dar una charla. A ver si en un futuro tal vez «they had an opening«. También tuve respuesta de una oficina basada en Ahmedabad, en el estado de Gujarat. Donde colaboré con un proyecto para una Villa haciendo unos modelos 3d y render. Esta parecía ser la oferta más tentadora (más bien bien la única), y comencé a plantearme seriamente la idea de ir a trabajar durante un año a uno de los estados más secos y calurosos de India, el estado que vio nacer a Ghandi, donde no se bebe alcohol ni se come carne. Nunca.

En ese tiempo trabajaba en una pequeña oficina en Tobalaba, de un par de arquitectos jóvenes que empleaban a recién egresados como yo para ponerlos a prueba con un sueldo moderado pero entregando la oportunidad de aprender. Una de mis compañeras era una alemana, quien después de oír mis planes de ir a trabajar a India me comentó así casualmente, que tenía un amigo que trabajaba en Berlín, para una compañía que también tenía sede en Goa. India, Goa. Y creo que ese fue el momento cuando realmente empezó todo. Esa fue la primera, de muchas, millones de otras coincidencias que se presentarían en el camino, fue la primera luz, el primer farol que me indicó la ruta. Y aunque en ese momento no lo sabía, si lo sentí. Sentí la emoción de que algo iba a ocurrir, de que «esto era» lo que tenía que hacer.

Así, Ahmedabad rápidamente quedó en el olvido, y le escribí a la oficina de Goa gracias a la alemana caída del cielo que me dio el contacto. Estaban contratando. Un par de mails, una entrevista por Skype y estaba contratada. No lo podía creer. Lo único que sabía hasta entonces de Goa era que ahí se había inventado el Psytrance, que hacían raves con la luna llena en la playa toda la noche, que la cultura neohippie se había alojado en sus selvas a fumar hachís y que habían fleamarkets donde podías encontrar de todo. Así que la verdad es que no lo pensé mucho, el destino para mí ya había sido escrito, el camino presentado y solo me quedaba recorrerlo.

El viaje era de un año, así que lo primero fue conseguir la visa. De hecho la oferta de trabajo era por 6 meses, pero de antemano manifesté mi interés de quedarme un año. A los 6 meses habría una evaluación de mi rendimiento y si todo iba bien, podría continuar. Sino, en el peor de los casos me quedarían 6 meses de visa para viajar por India así que todo bien. Sin embargo, esta era una oficina basada en Goa y en Berlín pero relativamente pequeña, no una multinacional transcontinental, entonces no me ofrecían un contrato con el sueldo mínimo que pide la embajada para otorgar visas de trabajo. Por eso también ofrecían trabajo solo por 6 meses, para poder entrar con visa de turismo. Tuve que llamar varias veces, explicar que lo mío en realidad era una «pasantía» con viático, que no era un trabajo con sueldo propiamente tal (aunque si lo era), y que necesitaba la visa 1 año. Me ofrecieron la Visa X, la visa que se le otorga a las personas que van a hacer voluntariados y cursos de yoga o ayurveda. Pero antes, tenía que ir a entrevistarme con el cónsul y explicarle mi situación, él tenía que decidir si yo era elegible para la visa X o no, la entrevista era en inglés y aunque manejo bien el idioma era una razón extra para mis ya elevados niveles de ansiedad. Este era mi primer encuentro con un indio, y recuerdo que a pesar de ir preparada para un encuentro formal y protocolar, recuerdo que apenas entré a la oficina y el cónsul me invitó a sentarme, siempre tuvo una actitud de relajo y familiaridad, comenzó a hacerme preguntas de mi apellido, de mi familia, de si tenía hermanos o no; me contó de su familia, y me preguntó que por qué quería ir a India. Todo iba relativamente bien, hasta que reparó en el estilo de peinado que llevaba en esa época. Siempre he tenido el pelo muy crespo, lo que cuando niña me acomplejó bastante, por lo que siempre estuve muy consciente y preocupada de mi cabeza, hasta que por ese entonces decidí darle rienda suelta a la voluntad de mi pelo y dejar que hiciera lo que quisiera. Claramente se comenzó a enredar y terminó en lo que era una maraña de dreadlocks. Rastas. Había decidido cortármelo justo antes del viaje, un nuevo comienzo.

«Why is you hair like this?», me preguntó.

A lo que contesté más o menos con la misma historia que acabo de relatar. «Mi pelo es muy crespo, y así es más cómodo, etc». Con un tono de voz serio y levemente más elevado que el carismático modo que había llevado hasta ese entonces, me miró fijo a los ojos y me dijo:

-«Mmmm, you know in India only holy men wear their hair like this? they are called Sadhus and they are holy men because they live in penance, they have given up all sensory pleasures and devote their lives to Shiva. Who do you think you are? some kind of holy person?»

Me quedé helada. No supe que decir, me sentí como una tonta niña acomplejada por su pelo:

«Ehm, no, of course not! is just more confortable for me this way but I’m going to cut it anyways».

Lo cual no se si fue peor, porque me respondió que en India solo las mujeres viudas llevan el pelo corto. Pero al menos sirvió para distender el ambiente, creo que quiso incomodarme a propósito, soltó una carcajada y con un «don’t worry» firmó los papeles para darme la visa.

Salí de esa oficina como flotando en el aire, ya solo quedaba ver donde iba a vivir. Por suerte la oficina se ocupaba de eso. Una pequeña cabaña en medio de la selva. Al buscarla por Google Earth era eso, un pequeño techo cuadrado rodeado de árboles y manglares. Investigué un poco del clima, hablé con un par de personas que ya habían ido y compré el pasaje. La aerolínea era Qatar. La ruta era Santiago, Brasil, Qatar, Delhi, Goa. Uno de los diálogos más memorables que tuve antes de partir fue durante un café con un conocido que había tenido la suerte de viajar a India hace un par de años:

-Mira, lo primero. Goa es como varias playas separadas por jungla y cada playa tiene su onda, te vas a querer mover así que vas a tener que arrendar una moto, una scooter. Todos andan en scooter, más que en auto incluso casi así que moto es la opción. Y la policía es corrupta así que no les hagas caso si te hacen parar. No, en serio. No les hagas caso, te van a levantar la mano para que pares, algunos andan con un palo, onda una varilla de bambú y con eso te indican que tienes que parar. Tu no les hagas caso, sigue de largo no te van a perseguir. Y si llegas a parar no les pagues ni la mitad de lo que te piden. Con 100 rupias está bien. Te van a pedir 1.000, 5.000 rupias, tu no les pagues más de 100. Nunca lleves todo el efectivo en tu billetera, lleva solo 100 rupias y el resto escondido, así, en caso de que te paren les muestras la billetera vacía y ya está.

Hubieron toda clase de comentarios y juicios, sobretodo en la fiesta de despedida que se me ocurrió hacer antes de irme. Un tranceo en el cerro, la primera y única fiesta más o menos grande que he organizado en mi vida, quería algo que conmemorara el cierre de una etapa, el comienzo de otra. «Te van a querer robar, te van a estafar, te van a engañar, ten cuidado porque puede que hasta te intenten violar. O otros menos del tipo «Ayyyy Indiaaaaa, que lindoooo, es mi sueño ir a India ¡que entrete!».

Me acuerdo de un conocido en particular que simplemente no paraba de preguntarme por qué. Pero por qué a India, pero por qué a trabajar a India, ya pero qué hay en India, pero por qué te quieres ir para allá, ya si pero por qué. Me acuerdo que al final solo le pude contestar, un poco exasperada: «pero por qué no???»

En fin. Traté de no dejarme desmotivar ni entusiasmar más de la cuenta. Hice mi maleta y me fui, preparada para lo que sería el siguiente año de mi vida.

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