Hace 5 o 6 años tomé la decisión de viajar. Honestamente, porque vi que un par de conocidos lo estaban haciendo y entonces no quería quedarme atrás. Así que aprovechando que aún vivía con mis padres comencé a ahorrar lo más que pude y a buscar trabajo en el extranjero. Siendo arquitecta de profesión, envié correos con mi currículum adjunto y links a mi portafolio, a cuanta oficina de arquitectura pude encontrar, tanto así, que Outlook respondió a mi insistencia con un correo que me acusaba de spam y amenazaba con cerrar mi cuenta. No se exactamente cuántos correos se requieren para ser calificado como spam, pero estoy segura que bastantes. Los suficientes como para obtener algo de feedback, aunque la mayoría del tipo «…thank you for your interest but we are not hiring at the moment, we will keep your info on the record in case we have an opening in the future…» De todas las oficinas a las que escribí, en todas partes del mundo, literalmente, sin discriminación alguna excepto por China, nunca me interesó trabajar ahí, recibí mayor interés desde Asia. India particularmente.
Tuve una entrevista por Skype con una oficina de Bombay que no se concretó por no ofrecer sueldo, sino que era solo una pasantía. Tuve otra respuesta desde una oficina en Pune, que aunque no me ofrecía un trabajo, curiosamente el CEO justo venía a Santiago y me pidió que nos juntáramos. Así que cuando llegó lo fui a buscar al Sheraton, lo llevé a comer mariscos a Borde Río a él y a su socio, y hablé con mi Universidad para que lo dejaran dar una charla. A ver si en un futuro tal vez «they had an opening«. También tuve respuesta de una oficina basada en Ahmedabad, en el estado de Gujarat. Donde colaboré con un proyecto para una Villa haciendo unos modelos 3d y render. Esta parecía ser la oferta más tentadora (más bien bien la única), y comencé a plantearme seriamente la idea de ir a trabajar durante un año a uno de los estados más secos y calurosos de India, el estado que vio nacer a Ghandi, donde no se bebe alcohol ni se come carne. Nunca.
En ese tiempo trabajaba en una pequeña oficina en Tobalaba, de un par de arquitectos jóvenes que empleaban a recién egresados como yo para ponerlos a prueba con un sueldo moderado pero entregando la oportunidad de aprender. Una de mis compañeras era una alemana, quien después de oír mis planes de ir a trabajar a India me comentó así casualmente, que tenía un amigo que trabajaba en Berlín, para una compañía que también tenía sede en Goa. India, Goa. Y creo que ese fue el momento cuando realmente empezó todo. Esa fue la primera, de muchas, millones de otras coincidencias que se presentarían en el camino, fue la primera luz, el primer farol que me indicó la ruta. Y aunque en ese momento no lo sabía, si lo sentí. Sentí la emoción de que algo iba a ocurrir, de que «esto era» lo que tenía que hacer.
Así, Ahmedabad rápidamente quedó en el olvido, y le escribí a la oficina de Goa gracias a la alemana caída del cielo que me dio el contacto. Estaban contratando. Un par de mails, una entrevista por Skype y estaba contratada. No lo podía creer. Lo único que sabía hasta entonces de Goa era que ahí se había inventado el Psytrance, que hacían raves con la luna llena en la playa toda la noche, que la cultura neohippie se había alojado en sus selvas a fumar hachís y que habían fleamarkets donde podías encontrar de todo. Así que la verdad es que no lo pensé mucho, el destino para mí ya había sido escrito, el camino presentado y solo me quedaba recorrerlo.
El viaje era de un año, así que lo primero fue conseguir la visa. De hecho la oferta de trabajo era por 6 meses, pero de antemano manifesté mi interés de quedarme un año. A los 6 meses habría una evaluación de mi rendimiento y si todo iba bien, podría continuar. Sino, en el peor de los casos me quedarían 6 meses de visa para viajar por India así que todo bien. Sin embargo, esta era una oficina basada en Goa y en Berlín pero relativamente pequeña, no una multinacional transcontinental, entonces no me ofrecían un contrato con el sueldo mínimo que pide la embajada para otorgar visas de trabajo. Por eso también ofrecían trabajo solo por 6 meses, para poder entrar con visa de turismo. Tuve que llamar varias veces, explicar que lo mío en realidad era una «pasantía» con viático, que no era un trabajo con sueldo propiamente tal (aunque si lo era), y que necesitaba la visa 1 año. Me ofrecieron la Visa X, la visa que se le otorga a las personas que van a hacer voluntariados y cursos de yoga o ayurveda. Pero antes, tenía que ir a entrevistarme con el cónsul y explicarle mi situación, él tenía que decidir si yo era elegible para la visa X o no, la entrevista era en inglés y aunque manejo bien el idioma era una razón extra para mis ya elevados niveles de ansiedad. Este era mi primer encuentro con un indio, y recuerdo que a pesar de ir preparada para un encuentro formal y protocolar, recuerdo que apenas entré a la oficina y el cónsul me invitó a sentarme, siempre tuvo una actitud de relajo y familiaridad, comenzó a hacerme preguntas de mi apellido, de mi familia, de si tenía hermanos o no; me contó de su familia, y me preguntó que por qué quería ir a India. Todo iba relativamente bien, hasta que reparó en el estilo de peinado que llevaba en esa época. Siempre he tenido el pelo muy crespo, lo que cuando niña me acomplejó bastante, por lo que siempre estuve muy consciente y preocupada de mi cabeza, hasta que por ese entonces decidí darle rienda suelta a la voluntad de mi pelo y dejar que hiciera lo que quisiera. Claramente se comenzó a enredar y terminó en lo que era una maraña de dreadlocks. Rastas. Había decidido cortármelo justo antes del viaje, un nuevo comienzo.
–«Why is you hair like this?», me preguntó.
A lo que contesté más o menos con la misma historia que acabo de relatar. «Mi pelo es muy crespo, y así es más cómodo, etc». Con un tono de voz serio y levemente más elevado que el carismático modo que había llevado hasta ese entonces, me miró fijo a los ojos y me dijo:
-«Mmmm, you know in India only holy men wear their hair like this? they are called Sadhus and they are holy men because they live in penance, they have given up all sensory pleasures and devote their lives to Shiva. Who do you think you are? some kind of holy person?»
Me quedé helada. No supe que decir, me sentí como una tonta niña acomplejada por su pelo:
–«Ehm, no, of course not! is just more confortable for me this way but I’m going to cut it anyways».
Lo cual no se si fue peor, porque me respondió que India solo las mujeres viudas llevan el pelo corto. Pero al menos sirvió para distender el ambiente, creo que quiso incomodarme a propósito, soltó una carcajada y con un «don’t worry» firmó los papeles para darme la visa.
Salí de esa oficina como flotando en el aire, ya solo quedaba ver donde iba a vivir. Por suerte la oficina se ocupaba de eso. Una pequeña cabaña en medio de la selva. Al buscarla por Google Earth era eso, un pequeño techo cuadrado rodeado de árboles y manglares. Investigué un poco del clima, hablé con un par de personas que ya habían ido y compré el pasaje. La aerolínea era Qatar. La ruta era Santiago, Brasil, Qatar, Delhi, Goa. Uno de los diálogos más memorables que tuve antes de partir fue durante un café con un conocido que había tenido la suerte de viajar a India hace un par de años:
-Mira, lo primero. Goa es como varias playas separadas por jungla y cada playa tiene su onda, te vas a querer mover así que vas a tener que arrendar una moto, una scooter. Todos andan en scooter, más que en auto incluso casi así que moto es la opción. Y la policía es corrupta así que no les hagas caso si te hacen parar. No, en serio. No les hagas caso, te van a levantar la mano para que pares, algunos andan con un palo, onda una varilla de bambú y con eso te indican que tienes que parar. Tu no les hagas caso, sigue de largo no te van a perseguir. Y si llegas a parar no les pagues ni la mitad de lo que te piden. Con 100 rupias está bien. Te van a pedir 1.000, 5.000 rupias, tu no les pagues más de 100. Nunca lleves todo el efectivo en tu billetera, lleva solo 100 rupias y el resto escondido, así, en caso de que te paren les muestras la billetera vacía y ya está.
Hubieron toda clase de comentarios y juicios, sobretodo en la fiesta de despedida que se me ocurrió hacer antes de irme. Un tranceo en el cerro, la primera y única fiesta más o menos grande que he organizado en mi vida, quería algo que conmemorara el cierre de una etapa, el comienzo de otra. «Te van a querer robar, te van a estafar, te van a engañar, ten cuidado porque puede que hasta te intenten violar. O otros menos del tipo «Ayyyy Indiaaaaa, que lindoooo, es mi sueño ir a India ¡que entrete!».
Me acuerdo de un conocido en particular que simplemente no paraba de preguntarme por qué. Pero por qué a India, pero por qué a trabajar a India, ya pero qué hay en India, pero por qué te quieres ir para allá, ya si pero por qué. Me acuerdo que al final solo le pude contestar, un poco exasperada: «pero por qué no???»
En fin. Traté de no dejarme desmotivar ni entusiasmar más de la cuenta. Hice mi maleta y me fui, preparada para lo que sería el siguiente año de mi vida.
Los vuelos occidentales relativamente normales, hasta que en Qatar se me sentó al lado un indio y sentí por primera vez ese olor a curry que todos parecen llevar en la piel. En el vuelo de Delhi a Goa me dieron almuerzo, tenía mucha hambre y era todo extremadamente picante para mi desacostumbrado paladar. No comí nada. Me bajé del avión y me pegó el calor, una sensación parecida a la de Brasil pero me atravería a decir que aún más húmedo. Aterricé en el aeropuerto de Panaji en Junio, plena época de monsón, así que sí, la humedad se sentía.
Kissan, el esposo de Ana, dueña de la cabaña que sería mi hogar los próximos meses, amiga de la infancia de mi futuro jefe, me estaba esperando en el aeropuerto con un letrerito que decía mi nombre. Que estúpido alivio encontrarse fácilmente con la persona que te espera en el aeropuerto. Un aeropuerto enano. Pero fue como llegar a mi casa, un alivio. Manejaba como un loco. Temí por mi vida más de una vez pensando que la aventura se iba a terminar antes de si quiera empezar. Había muy poco tráfico, y lo que perfectamente podría haber sido un tranquilo paseo en taxi por la selva, se convirtió en un rally serpenteando a toda velocidad por la jungla. Kissan tocaba la bocina cada 30 segundos aunque no hubiera ningún otro auto, para avisar antes de cada curva del angosto camino como diciendo “aquí vengo”. No era un conductor agresivo ni nada por el estilo, tocar la bocina era un gesto tan cotidiano como subirse las gafas que a rato le resbalaban por la nariz debido al calor, tocando la bocina iba, así casual.
No pasamos por mi futura casa, sino que fuimos directo a una supervisión de obra, una casa, sí, en medio de la selva. Me recibió Casimiro, el socio de ese entonces de mi jefe. Yo iba con jeans y una polera manga larga, ya me habían advertido también que las mujeres no mostraban los hombros ni las piernas. Nunca me detuve a preguntar realmente por qué. No es un tema de mostrar piel, es la piel de esas partes del cuerpo ya que el sari, sí deja entrever el vientre, la espalda y los brazos, las mujeres indias de religión hindú llevan sari, y no van totalmente cubiertas como las musulmanas. Y si son jóvenes llevan unos pantalones tipo bombachos con una kurta encima, que es como un vestido rajado a los lados con manguitas cortas o 3/4, con un pañuelo que debe ser del mismo color que los pantalones. Pero el sari es mi favorito, elegante, femenino, estiliza cualquier figura que se envuelva en esa tela de 4 metros. Definitivamente mi atuendo no era el indicado, tenía muchísimo calor, estaba trasnochada y muy incómoda.
Me despedí de Kissan y con Casimiro seguimos el camino a encontrarnos con Robert, hijo del dueño de la firma y mi actual jefe, quien esa mañana se encontraba trabajando desde su casa. El auto lo tuvimos que estacionar en el camino principal, ya que no entraba por el estrecho sendero que llegaba a la casa. Me sentía de trekking en el amazonas o algo por el estilo (no he ido al amazonas todavía), hojas gigantes de todos los tonos de verde imaginables, flores rojas, fucsias; y el ensordecedor sonido de la selva, grillos, cigarras, y alguno que otro pájaro tropical con cantos que nunca había oído en mi vida. El sendero dio una curva y ahí estaba, la casa en el bosque más perfecta que me había tocado ver. Goa es una colonia portuguesa, por lo que gran parte de su arquitectura se basa en pequeñas villas de estilo portugués, tejas de greda, gruesos muros de adobe pintados de blanco, ventanas con tapas de madera, y pisos de adoquines rojos. En el pórtico elevado por un par de escalones para separarlo del fangoso suelo, una gran mesa de madera cubierta de planos dibujados a mano, y en la cabecera, Robert. Mucho más joven y guapo de lo que me podría haber imaginado nunca. Me recibió con una enorme sonrisa, me presentó a Keneth que esa mañana estaba trabajando con él, y me preguntó que cuando podía empezar a trabajar. Llegué un Miércoles así que le dije que con un día para aclimatarme bastaba, que nos viéramos el Viernes en la oficina. Podría haber empezado el Lunes pero no quise parecer desinteresada, mal que mal estaba recién llegando.
Camino a la cabaña comenzó a caer una leve lluvia que trajo consigo una brisa que refrescó un poco el ambiente. Casimiro era un excelente guía turístico, me partió contando un poco de la oficina, luego de las cosas que íbamos pasando por el camino (la mayoría templos) y de la vida en India en general. Yo trataba de seguir la conversación lo mejor que podía, pero la mezcla del jetlag, hambre y calor me tenía un poco desorientada. Y aunque solo quería llegar pronto a la casa no me pareció mala idea parar antes en el supermercado a buscar algunas cosas como lo sugirió Casimiro. Newton’s es uno de los dos pequeños supermercados de Candolim, tiene casi de todo excepto frutas y verduras, eso se consigue en el mercado a un par de cuadras de ahí frente a la cancha de football. Todo es bastante barato, sobretodo las cosas locales. Consigues arroz, mantequilla, leche, galletas, pan, etc. muy barato. Pero para comprar pasta, queso o vinos importados los precios se elevan bastante. Recuerdo estar en la parte de los jabones buscando mi marca habitual, cuando Casimiro me dice algo así como:
-«Come on, you come from all across the other side of the world to continue doing things the exact same way as you did back home? You are in India now. You have to go local.» Y me pasó en la mano el Mysore Sandal Soap, jabón que uso hasta el día de hoy. Libre de parabenos y con el sello verde vegano. Me hizo tanto sentido su comentario, marcó el comienzo de mi viaje. Me abrió los ojos. Mi cuerpo había llegado a India pero yo misma aún no me daba cuenta a dónde estaba parada, buscar en los estantes cosas que me parecieran familiares, era buscar mi rutina de Chile en India todos los días y ¡él tenía razón!, no había cruzado la mitad del mundo para seguir haciendo las cosas de la misma manera. En ese momento sentí como si una capa de no se qué se hubiera desprendido de mi cuerpo, el primer signo de desapego: No buscar a Chile en India. No buscar rutinas antiguas. No buscar cosas familiares. No buscar. ¡No buscar!, puede parecer un poco exagerado darse cuenta de algo semi trascendental frente a la estantería de productos de baño de un supermercado, pero es que buscando esa marca de jabón conocida para mí, estaba buscando mi yo chileno en India, y para encontrar, lo primero que hay que hacer es no buscar. «You have to go local» realmente quería decir ¡déjate sorprender!, ¡prueba algo nuevo! Parece tan lógico y básico al comienzo de un viaje, pero este no era únicamente un viaje de placer, de entregarme a la aventura así como así; este era un viaje de trabajo, donde yo tenía que rendir y poner a prueba mis habilidades, por lo que sentía que necesitaba tener un poco de control. Y ese control, generalmente se encuentra en el apego a lo conocido, a la rutina, a una vida entera de programación de hacer las cosas siempre igual.
En la cabaña nos esperaba Ana, la esposa de Kissan. Ana no parecía la típica mujer India, de hecho ni siquiera usaba sari, y es que Ana y Kissan eran una pareja católica. Más tarde aprendí que en realidad en Goa conviven católicos, hindúes y musulmanes, por eso la plaza principal de Panjim está coronada por una iglesia, aunque en los alrededores hay templos hindú. Para llegar a la cabaña había que girar a la izquierda del camino principal, y luego a la derecha por un sendero de tierra del ancho de un scooter. A unos 15 metros el sendero se bifurcaba en dos, a la izquierda la cabaña de los vecinos y a la derecha el sendero continuaba unos 50 metros más entre las plantas, helechos y árboles de mango hasta llegar a un imponente Banyan Tree, un árbol grande de tronco grueso rodeado de lianas que trepaban por sus ramas y caían desde arriba hasta el mismo suelo, dando la impresión de una especie de sauce llorón de lianas. Tras él, la cabaña. Ni rastro de la casa de los vecinos, ni de nada más que no fuera pura selva, insectos, geckos, ranas, ratones de campo y uno que otro mono solitario.
Habían dos piezas, una grande con vista a la entrada de la casa y una pequeña con vista a la selva de atrás. Elegí la pequeña. La otra pieza sería la de mi compañera, otra intern con la que compartiría casa los próximos 6 meses pero que llegaría en un par de semanas.
La cabaña era más bien rústica. Casi no tenía muebles, al entrar habían dos sillas y una mesa, a la derecha las habitaciones y pasando el living a la izquierda la cocina. Mi pieza tenía una cama de una plaza muy dura, pero buena para la espalda, y un estante donde ponía mi ropa. Había un baño afuera tipo squatting, son muy populares en Asia, es un hoyo en el suelo donde se instala algo parecido a un WC pero a ras de piso, entonces para cagar hay que estar encuclillas. Suena un poco incómodo pero de hecho es la mejor posición para ir al baño, no hay que hacer fuerza y el flujo se da de forma natural, haciendo la tarea muy fácil y rápida. De todas formas era mucho para mi mente y cuerpo occidentalizado así que nunca lo usé. Usaba el baño de adentro que era normal, incluso tenía agua caliente pero no tenía ducha, sino una llave como de lavamanos a la altura de la cintura con la que debía llenar un balde y echarme agua con un jarrito. Al principio esto era lejos lo que más extrañaba de mi casa en Chile. Una buena ducha reconfortante al final del día. Pero con el paso del tiempo, me di cuenta que ahorraba mucha agua y me daba duchas mucho más cortas, además el clima ayudaba, como no hace una gota de frío daba lo mismo no tener el chorro constante de agua encima. Me empecé a duchar con agua cada vez mas tibia, hasta que al final ni prendía el termo y me bañaba con agua helada. Era lo más energizante para comenzar el día antes del yoga.
Sí, antes de irme a India ya llevaba practicando yoga unos 2 años en Chile. Tenía una práctica bien arraigada y la costumbre de levantarme a las 5am para hacer la primera serie de Ashtanga completa que dura dos horas, a las 7am a la ducha y a las 8am saliendo al trabajo que comenzaba a las 9am. Esta parte de la rutina la mantuve igual en India, con la diferencia de la ducha fría antes de entrar al mat, y del privilegio de poder oír despertar a la selva. Cuando me levantaba aún estaba oscuro, y afuera un silencio sepulcral, si es que no una que otra rana. Ni los grillos cantan ya en la madrugada. Pero con el primer rayo de sol, canta el pavo real; no vine a saber que era un pavo real hasta mucho tiempo después, por mi bien pudo haber sido un ave del paraíso o algo así pero no, era el ululeo del pavo real que parecía despertar a todas las otras aves. Así, el día aclaraba y más pájaros se sumaban a la perfecta sinfonía que daba la bienvenida al sol a eso de las 6.30am. Un privilegio. Lo mismo cuando en mitad de surya namaskar se largaba una lluvia de madrugada, una lluvia torrencial que levantaba una brisa que se colaba por arriba de mis muros, los que no llegaban al techo, por lo que la cabaña no se cerraba por arriba, para así privilegiar precisamente la ventilación y combatir el constante avance del moho debido a la humedad. Sentir el gradual pero rápido incremento del sonido de las gotas de agua que pasaban de ser un chispeo a una lluvia torrencial en cuestión de segundos, para durar solo un par de minutos y volver a apagarse de la misma forma, soltando un intenso olor a tierra y a musgo vivo. Un privilegio.
Mis primeras semanas sola en Goa fueron una delicia. Mi nueva rutina que comenzaba con un buen baño con Mysor Sandal Soap me encantaba. Mi desayuno en casa era un chai con unas tostadas con mantequilla, luego salía al sendero a embarrarme los pies hasta llegar al camino principal, donde tenía que andar otros 15 minutos para llegar a la parada del bus. Candolim es el primer pueblo hacia el norte de Panjim, cruzando el río (Panjim es la ciudad capital del estado de Goa, donde estaba la oficina) y es bastante turístico en season time, entre Octubre y Marzo, cuando el clima es lo suficientemente agradable como para que lleguen los turistas y no mueran de calor o tengan que quedarse encerrados en el hotel porque no para de llover. Tiene una linda playa, y en el camino principal básicamente hay restaurantes, casas y tiendas. El bus se demoraba una media hora en llegar a la parada del ferry, y sino unos 45 minutos en total hasta la parada de buses de Panjim, desde donde caminando a la oficina eran aproximadamente otros 10. El ferry era la mejor opción si es que lo pillaba justo llegando a la orilla, sino, un pérdida de tiempo, lamentablemente esto no era visible desde el bus así que tenía que jugármela. De todos modos son dos ferrys que cruzan el río todos los días de 7am a 9pm así que si justo se estaba yendo al menos sabía que el otro ya venía en camino. Al ferry suben peatones pero mayormente motos, aunque igual caben hasta 2 autos pero casi nadie sube en auto, para eso está el puente, pero para las motos es buena opción para ahorrar bencina y tiempo.
Una vez del otro lado, a medio camino de la oficina siempre habían dos mamitas vendiendo fruta en la vereda, sentadas en el suelo junto a sus grandes canastos con fruta, no hablaban nada de inglés solo te miraban con ojos cristalinos diciendo: papaya??, mango?? banana?? Hablaban entre ellas, se reían con sus bocas sin dientes (o con muy pocos) y abanicaban todo a su alrededor con los dos billetes de 10 rupias que les pasaba después de pagarles la fruta. Llamando a Lakshmi, invocando la abundancia y prosperidad en sus ventas para ese día. Los días que pasaba muy temprano, podía verlas cargando cada una un canasto lleno de fruta en la cabeza, la primera pedía ayuda a cualquier transeúnte para bajarlo y luego ayudaba a la otra a hacer lo mismo. Delgadas, de piel curtida y piernas y espalda arqueadas de tanto trabajar en el campo recogiendo arroz. Ellas no usan sari, llevan un dhoti o paño amarrado a modo de pantalón y una blusita manga corta, se envuelven en algún pañuelo para capear el sol. Las campesinas de Goa, las mamitas de India, con las que nunca regateas el precio de nada y si puedes les pagas más porque eso es todo lo que tienen, sus canastos con fruta y una carpa de nylon azulino amarrada en algún campo de arroz.
En la oficina no había aire acondicionado. La técnica era tomar chai caliente, supuestamente al calentar el cuerpo se sentía menos el calor, o se activaba el mecanismo de regulación de temperatura interna y aunque al principio daba más calor, eventualmente te ayudaba a refrigerar mejor el cuerpo. Yo sólo se que tenía calor, ni hambre me daba, solo quería tomar agua y comer fruta. Lo único que amenizaba un poco eran las shower rains que caían casi siempre en la tarde, dejando entrar la brisa, refrescando el ambiente. A mi lado se sentaba Nicole, una chica oriunda de Bombay pero bastante occidentalizada. No era hindú, no usaba kurta ni sari. Amiga hasta el día de hoy. Compartíamos recetas para llevar almuerzo a la oficina y almorzábamos juntas comentando páginas de internet, teníamos que almorzar ahí mismo en nuestros asientos no habían áreas comunes. A mi otro lado se sentaba George, y a su lado Dominic, ambos de unos 45 años, padres de familia, George más extrovertido, le gustaba preguntarme de Chile, que cómo era y qué cosas se hacían allá y que porqué había decidido venir a India. Dominic más tímido, no hablaba mucho inglés y prefería sonreír desde su puesto. En la sala contigua se sentaba Darryl, más joven y el magnate del software que usábamos en la oficina, a él recurría cada vez que tenía alguna duda. Frente a él se sentaba Casimiro. Y en la siguiente sala el equipo de visualización, 3 chicos indios Aditya, Orwile y Raj, al mando de Jonathan, socio de Robert. Con Orwile entablaríamos amistad más adelante, era el que más inglés hablaba y como se sentaba cerca de la fotocopiadora siempre pasaba a mirar los renders que hacía.
Trabajaba hasta las 6pm, y emprendía el viaje de vuelta. Recuerdo que una de las primeras veces que volvía sola a mi casa, estando ya a pocos metros de la cabaña, me perdí. En el sendero enlodado caminé hacia otra casa, un perro me empezó a ladrar, salí corriendo, resbalé en el barro y mi celular que usaba como linterna cayó entre los matorrales donde me tomó lo que me parecieron eternos minutos encontrarlo. No sabía donde vivía, estaba oscuro, no había nadie a quien preguntar y aunque hubiera aparecido alguien probablemente tampoco me habría podido ayudar. Tuve que volver sobre mis pasos y entrar de nuevo por el sendero, tomando la bifurcación correcta esta vez, que simplemente se camuflaba entre tanta vegetación. Fue la cosa pero más estúpida que le puede pasar a alguien, por suerte solo me embarré un poco pero sin embargo sentí miedo, me sentí sola, perdida, y cuando llegué a la cabaña y me calmé, como que me di cuenta de que si, estaba sola, a miles de kilómetros de mi casa y mi familia. No sentí nostalgia ni nada por estilo pero si un llamado a la atención, a andar más despierta, atenta. Viajando sola este llamado me sería muy útil más adelante.
Ese fin de semana, Robert pasó a recogerme a la cabaña temprano el Sábado. Ya le había comentado mi pasión por el yoga y me invitó a la clase que él frecuentaba en Anjuna, dictada por Deepti Kapoor, una chica joven de Bombay que había tenido la suerte de estudiar en el Shala de Patabi Jois, el padre del Ashtanga yoga para algunos. Yo misma tenía el serio interés de asistir a alguna clase ahí, o incluso hacer un curso de instructorado para poder hacer clases más adelante, me hacía mucha ilusión que pudiera ser con él. Sin embargo más adelante la misma Deepti y otras opiniones me hicieron desistir. El Shala no es lo que solía ser (comentario muy escuchado en Goa con respecto a todo), ya está muy lleno de turistas, está sobrevalorado, en fin. La fila para la clase de la mañana dictada por Sharath comenzaba a formarse afuera del Shala a las 4 o 5 de la mañana si es que no antes, los cupos son limitados y solo los estudiantes más sacrificados lograban entrar, y así con todo, Sharat podía ni siquiera mirarte en las clases hasta que no viera que eras un frecuente, podían pasar años. Escuché historias de ajustes mal hechos, de lesiones producto de los mismos, de personas forzadas en las posiciones y malas consecuencias al respecto. Más adelante contaré sobre mi experiencia en Mysore, la ciudad del yoga.
El camino a Anjuna es una carretera flanqueada por campos de arroz, todos verdes en esta época del año. A ratos el camino se cierra, se vuelve jungla y se vuelve a abrir en otro paisaje. Es temprano en la mañana pero hay algo de movimiento, vacas que cruzan el camino y gente en sus quehaceres. Un grupo de indios iba caminando medio despistados y Robert ya curtido en el tema del tráfico me dice mientras bajaba lentamente la velocidad: «Look at this guy, he is just about to cross the road, he won’t even look before he does, just, look at this guy», y así fue, el tipo andando medio a arrastrando los pies, riendo con sus amigos así como moviendo la mano y diciéndoles algo casual, de pronto voltea y como que nos ve de reojo que ya estábamos en el auto a menos de 2 metros de él casi detenidos y ¡se impacta!, por un segundo hasta que cayó en la cuenta de que el auto estaba prácticamente detenido y frente a nuestras caras atónitas de incredulidad solo le quedó reír, otro gesto despreocupado con la mano dirigido hacia nosotros y una carcajada para seguir cruzando la mitad del camino que le restaba.
Shala de Deepti era en una especie de casa de retiro de una amiga alemana de ella, una lugar increíble, con habitaciones para los turistas que llegaban a hacer los cursos, espacios comunes decorados con pequeñas estatuas de piedra de Budhas y Ganeshas, y lo mejor, una enorme piscina. Cruzando todo esto, al fondo había una escalera de caracol de fierro negro que se alzaba entre los árboles hacia una construcción de madera elevada sobre pilotes. Con ventanales en todo su perímetro, la sala de yoga era algo impresionante, una vista prácticamente en 360 grados ofrecía una panorámica inolvidable de la selva tropical, a una altura un poco más elevada que el canopy de los árboles y palmeras, ver la lluvia desde ese lugar era increíble.
La clase fue de todo mi gusto, por ser época de monson prácticamente no habían otros alumnos, y Deepti dedicó mucho tiempo a enseñarme y corregir mis posturas, además de alentarme a hacer otras que ni yo sabía que tenía la capacidad de hacer aún. Creo que fue la época en la que más avancé en mi práctica, sus ajustes eran precisos, ocupaba todo su cuerpo para ayudarme a anudar mi cuerpo en marichyasana, empujando mi muslo con su pie y rodeando mi torso con sus brazos, no era en absoluto brusca y no forzaba mi capacidad, era el ajuste perfecto. Además el clima ayuda mucho a la elasticidad, uno casi puede entender por qué esta práctica surgió en este lado del mundo, el calor y la humedad como que sueltan el cuerpo y hacen que la piel se deslice más fácil. Así lo hacía parece también Robert , quien era bastante deshinibido, no demoró ni dos segundos en quitarse la ropa para quedar con unos calzoncillos cortos apretados y nada más. La vista de su serie de saludos al sol un tanto sudado con la selva y lluvia tropical de fondo casi me desconcentra. Casi.
Después de la clase me mostró un muy buen lugar para tomar desayuno, con un café delicioso y huevos revueltos con jugo de naranja. De hizo mi lugar habitual de cada sábado por la mañana después de la práctica. Todo esto en el mismo pueblo de Anjuna, una playa ubicada dos playas al norte después de Candolim, a unos 20 minutos en moto. Esta playa se caracteriza por ser el centro neurálgico de la fiesta, aquí es donde ocurría todo en season time, el wednesday market, el saturday night market, las fiestas en los bares de la playa y más. Por esa época estaba todo aún muy apagado, sin embargo después de dejarme en casa Robert me dijo que esa noche él y unos amigos irían a cenar a un bar en el mismo lugar, que podía acompañarlos si gustaba. Me pareció genial, conocer nuevos lugares, nuevas personas, dejarme sorprender. Cuando llegó a recogerme por la noche, vi que Robert conducía un jeep sin techo que parecía sacado de la Segunda Guerra Mundial, perfecto para los fangosos caminos de Goa, me contaba que era el mismo jeep que conducía su padre cuando recién había llegado por primera vez en los años 60. Cuando todo, pero todo era jungla. Al llegar, nos estacionamos al costado del camino en la nada , estaba oscuro, comencé a dudar de la amabilidad de Robert y me puse un poco alerta, lo único que me confortaba era la casual conversación que él mantenía sin ninguna dificultad, y el hecho de que habían más autos estacionados como nosotros así que bueno, algo debía ocurrir por aquí. Caminamos por un camino estrecho, fangoso, bordeado por una pared de piedra que parecía ser una especie de muro de contención para lo que hubiese del otro lado. Al fondo el camino se abría en un claro que era utilizado como estacionamiento de motos, estaba lleno. Ok, nos estamos acercando pensé. Seguimos andando por un camino aún más cerrado, se escuchaba el oleaje del mar con lo que parecía ser un ritmo de 128bpm, «podría ser? no lo creo», bajamos unas escaleras, bordeamos un par de chozas o shacks y tras la última curva ya era definitivo, la música psytrance sonaba fuerte en Curlie’s, uno de los bares más renombrados de Anjuna. Lo miré un tanto estupefacta y con una amplia sonrisa solo remarcó: «Yes, we are finally here». Curlie’s era el único bar que podía tener fiesta todos los fines de semana, incluso todos los días si era necesario. El dueño era una especie de gángster o mafioso, o tal vez un indio normal con buenos contactos en la policía que no tenía problemas en coimearlos para que fueran a cerrar todos los otros bares y así ser el único que acaparaba todo el público. La droga no era un problema tampoco.
Nada más entrar me presentó a un par de amigos, recuerdo a un alto alemán, que no parecía nada alemán, sentado en el bar del primer piso que hacía las veces más de restaurant. Me saludó efusivamente y fue el quien me contó un poco la historia del lugar. Trataba de seguirle el hilo pero estaba más entretenida con la variedad de escenas que se desenvolvían a mi alrededor. La mayoría eran indios pero había bastantes extranjeros, algunos comiendo, bebiendo, otros jugando pool. Me llamó particularmente la atención un reloj colgando atrás del bar que tenía algo raro, me debo haber quedado mirando un buen rato por que de pronto me dijo: «Oh, I can see you noticed pretty quickly». El reloj estaba al revés. Era un espejo de sí mismo, corría hacia el otro lado. -«Yep, that’s Goa, time goes backwards here». Ambos rieron y subimos al segundo piso.
A los 10 minutos me sentía totalmente en mi ambiente, nos sentamos en el suelo en unos abultados cojines alrededor de una mesa larga y bajita con el resto de la gente que tomaba aperitivos, comía appetizers, fumaba Shisha y hacía correr unos cuantos cigarros de hash. Cuando llegó mi turno Robert ya había dicho que no y aunque yo si quería, preferí decir que no, la situación ya era lo suficientemente bizarra como para agregarle ponerme a fumar porro con mi jefe. En un tranceo. En Goa. Lo pasé de lujo, tuve tiempo hasta de escabullirme un rato a la pista de baile. Un lugar un poco encerrado, era una fiesta pequeña, y había casi solo indios así que bailé un poco tímidamente sola en la parte de atrás. No me inhibe bailar, es solo que si avanzaba un poco o me hacía muy visible, llegaban chicos a bailar conmigo y eran un tanto invasivos. Al principio me lo tomé con humor, ¡hasta me hizo sentir bien! hasta que me di cuenta de que simplemente no podía bailar tranquila. Otras extranjeras estaban en el mismo plan, bailando tratando de ahuyentar un poco a los insistentes chicos que se acercaban, no era la única, incluso hasta algunos hombres extranjeros eran acosados. Bizarro. Todas las fiestas a las que había ido en Chile se caracterizaban por tener muy poca interacción de hecho, cada uno bailaba a su ritmo en su metro cuadrado y todo bien. Acá era todo lo contrario, una sonrisa de más, un a palabra de más y ya tenías no a uno sino a 3, a 5 chicos indios en círculo a tu alrededor. Era muy intimidante. Más adelante comprendí que mientras más avanzaba el season menos indios tenían el poder de agruparse y entre extranjeros se tomaban las pistas de baile y era más cómodo bailar. Además era común que este comportamiento se diera entre indios no locales, es decir afuerinos de Goa que venían de sus pueblos donde probablemente nunca habían ido a una fiesta, o escuchado este tipo de música o tal vez ni siquiera visto a una mujer extranjera. Era común verlos desbandarse. Los indios locales que conocí siempre me parecieron muy relajadaos, acostumbrados a la presencia de extranjeras en bikini en las playas y a fumar hachís de vez en cuanto. Tranquilos. En mitad de la época de monsón en los bares de la playa la música era buena, el lugar mejor, pero el ambiente, la escena, la vibra… bizarra.
Al final de la noche, Robert me fue a dejar al comienzo del sendero fangoso que llevaba a la cabaña y me despedí con un sincero «Thank you». Del corazón, le dije que no sabía lo agradecida que estaba de que se hubiera tomado el tiempo de pasar un fin de semana conmigo, mostrándome lugares, presentándome gente, contándome de la vida en Goa. La situación podía parecer extraña, un hombre de unos 40 y tantos paseando a una 25añera fácil de sorprender por Goa, no solo en paseos normales sino que en clases de yoga semi desnudo y fiestas trance por la noche. Daba para pensar. Yo misma lo pensé. Sin embargo Robert era un hombre muy correcto, muy simpático y muy carismático, pero muy correcto y centrado. Esa noche no fumó, me dijo que habitualmente no lo hacía. Tampoco bebía, simplemente se limitaba a conversar animosamente con todos, con genuino interés en el otro, creo que esa era una de las cualidades más magnéticas de su personalidad.
Ese no fue el único evento al que fuimos, cenas con amigos y fiestas eran cosa de todos los fines de semana, siempre lo vi charlando, riendo, mirando fijo a los ojos con esa sonrisa de oreja a oreja. Más de una vez, alguna de las chicas con las que charló se me acercaba un tanto ansiosa después de un tiempo en alguna otra fiesta o clase de yoga a preguntarme: «Hey hi! you are the girl that works in Robert’s studio right..? Do you have any idea when he might be back??» Robert viajaba constantemente entre Berlín y Goa, dejando uno que otro corazón palpitando más fuerte de lo habitual. Pero mala suerte para ellas Robert era casado, su esposa estaba la mayor parte del tiempo en Alemania ya que no le gustaba el calor de India, más adelante tuvo unos gemelos hermosos. Eran una linda familia. Él podría haber tenido a la chica que quisiera y creo que él lo sabía, pero eso le bastaba.
Finalmente al cabo de unas semanas llegó Ale, una chica de Islas Canarias para morirse de la risa. Relajada, coqueta y muy pero muy simpática, así livianita de sangre. Y anda a saber tú, tenía hasta un pelo pero más loco que el mío. Ya me veía yo contándole mi historia de complejos de niña y de que por qué me había cortado el pelo a una que era 3 veces más crespa que yo y con 5 veces más volumen y frizz. Me parecía admirable lo asumida que tenía su cabellera, lo cómoda que llevaba su estilo, su pelo suelto. Tenía una gran actitud. El día que llegaba yo estaba muy ansiosa, quién sería, cómo sería, ¿nos llevaríamos bien o sería un infierno? Yo fui a la oficina como un día normal pero cuando llegué a la casa estaba durmiendo. Esperé a ver si despertaba pero finalmente me fui a dormir, el día siguiente era sábado y asumí que nos veríamos en el desayuno pero esta chica siguió durmiendo hasta como las 3 de la tarde haciendo imposible contener mi ansiedad. Cuando por fin despertó charlamos un rato y salimos a recorrer el barrio, la primera parada: Newton’s.
Nos íbamos juntas a la oficina, y esta vez me tocó a mí hacer de guía turístico con ella, recuerdo que la primera vez que nos montamos en el ferry llovió pero a cántaros, el inservible paraguas que llevábamos se rompió al primer viento y quedamos empapadas. Fuimos el hazme reír de la oficina ese día. Con el tiempo nos hicimos cada vez más cercanas, aunque no grandes amigas; fueron asomando nuestras diferencias, me di cuenta de que era difícil convivir con alguien y de que a ratos en realidad prefería estar sola. Teníamos ritmos distintos, horarios diferentes, gustos poco parecidos y hasta formas de ver la vida opuestos. Sin embargo creo que las dos nos sentíamos acompañadas la una por la otra, viajábamos juntas a conocer los fines de semana largos o los feriados por festival (que no eran pocos), éramos las dos unidas, a por India.
Uno de los primeros viajes que hicimos fue a Bombay con Nicole. Nos alojamos en su departamento en Marine Drive y recorrimos algo de las calles aledañas, no nos adentramos mucho en la real vida bombayesca, de pronto yo esperaba ver los slums y la real vida de la ciudad pero Nicole era una chica como lo era yo en Santiago, y no podía pedirle que nos llevara de turistas a las poblaciones de la ciudad. Tenía esta inquietud únicamente porque antes de viajar conocí a una española que me recomendó leerme Shantaram, un libraco enorme de las historias de un Australiano en India, principalmente en Bombay aunque también pasaba por Goa y otros lugares. Una joya. Al menos sí visitamos el Café Leopold, aún luciendo los agujeros de bala de aquella época, y otros lugares turísticos. El barrio de Colaba despertó mi curiosidad, fue el primer lugar donde sentía que había un mercado digno de explorar. En Goa por ser época de monson aún no había nada más que un par de tiendas con cosas antiguas, oxidadas o con olor a humedad. Pero esta era una calle de tiendas lo más pintorescas, obviamente preparadas para el turista pero de todas formas, compré algunos pañuelos de lanilla o pascheminas originarias de la región de Kashemir más al norte; unas figuritas de bronce de Ganesh, unos paños pintados a mano con imágenes de dioses hindú, con Ale compramos sandalias y compre varias pulseras redondas de bronce y de varios colores. Estas fueron las primeras cosas que mandé a Chile en una caja, volví a Goa con la maleta llena y lo primero que hice fue ir al correo y enviarlas como regalos para mi mamá, mi abuela, mi hermana y amigas. Lo que sobrara sería mío. Para mi sorpresa nada sobró, es más, amigas de mis amigas y de mi familia pedían que me encargaran cosas, que estaba todo muy lindo. En el trabajo, colegas de mi madre preguntaban por sus pañuelos (en Chile pleno invierno) y cuando sabían que eran de India le decían que si traía más feliz comprarían uno o dos. Para cuando me enteré de esto ya no estaba en Bombay como para comprar más de lo mismo pero claramente fue un signo que me hizo empezar a mirar todas las tiendas con otro prisma: «y esto, ¿lo comprarían en Chile?» Ahí empezó a nacer Kromatik, cuando compraba algo que me gustaba, compraba dos o tres más, de regalo o para vender. No era entrar a una tienda y comprar de todo sino que las cosas que me gustaban para mí, las repetía, a ver si se producía el mismo fenómeno de la vez anterior.
No tengo muchos más recuerdos de Bombay, era el primer lugar que visitaba y mas que recorrer la ciudad fuimos a un Mall a comer y a lugares poco memorables. Recuerdo sí, que al momento de irnos era el Ganesh Chaturti o cumpleaños de Ganesh, una de las deidades más importantes del panteón hindú, fácilmente reconocible por su cabeza de elefante. Ganesh es conocido por ser el protector, Dios de los nuevos comienzos y removedor de obstáculos, por eso es muy querido y venerado por la población hindú, como el gran elefante que es, es visualizado despejando los obstáculos del camino con su gran trompa, llevándonos en su lomo cuando nos encomendamos a Él. Es además patrono de los estudiosos, ya que cuando Krishna vino al mundo de los hombres a transmitir la sabiduría sagrada de los vedas, Ganesh se cortó uno se sus colmillos y con el transcribió en papel las escrituras para inmortalizarlas aquí en la Tierra. Antes de un viaje o una prueba, prender un incienso a Ganesh y cantar un mantra es infalible. Es un Dios muy cercano a la gente, hijo de Shiva y Parvati, Ganesh nació como un niño normal en los verdes valles de los Himalaya, y obtuvo su cabeza de elefante después de que Shiva se retirara a vivir del prana en uno de sus largos viajes de meditación mística ascética a la montaña, dejando a Parvati sola en sus quehaceres de fecundidad y exhuberancia en la frondosidad del valle. Años, Eras enteras pasaron antes de que Shiva regresara. Cuando lo hizo, Ganesh ya había crecido, convirtiéndose prácticamente en un hombre, y Shiva, en su éxtasis no lo reconoció, temió por la seguridad de Parvati, ¿¡quién era este intruso que osaba entrar en su casa!? y sin pensarlo dos veces lo decapitó. Parvati, que tranquilamente estaba tomando uno de sus baños de leche, sintió inmediatamente la pérdida de la conexión kármica con su hijo y se levantó a ver cuál era el horrendo suceso que había acontecido. Al ver a su hijo muerto a manos de su esposo, el horror en lo ojos de él al darse cuenta de lo que había hecho, el valle oscurecido, los animales bramando por la desgracia. Parvati se desquició. No pudo contener el dolor de la pérdida, la rabia de lo absurdo, la impotencia ante la fatalidad, y perdió la cordura. Desató todo su poder, toda su energía Shakti en un torbellino de ira que consumió todo el valle, las montañas y el mundo entero. El Universo penaba en su llanto y su pesar. Su clamor obviamente alertó al resto de los Dioses, quienes frente a esto decidieron que no podían permitir que toda la creación pereciera bajo el poder de Prakriti, las mil Devis unidas en un solo lamento. Así que decidieron hacer un consenso, un salto fuera del tiempo que le devolvería la vida a su hijo. Unieron sus voces para llegar a los oídos de la Kali enfurecida. Parvati decidió oírlos: -«¡Calma tu poder Shakti! que no todo está perdido. Vuelve con tu esposo arrepentido, míralo a los ojos y perdónalo, reconcíliense en un paseo amoroso por los valles de su hogar, contemplen la creación como ella ha visto crecer y perdurar su amor por tantas Eras. Sean uno con todo y su hijo se manifestará en la primera criatura viviente que vean, que esa criatura le conceda su vida y su cabeza es nuestra voluntad, sea dicho». Por un segundo el tiempo pareció detenerse, y de inmediato al siguiente la oscuridad comenzó a ceder, volviendo la claridad del valle, el alarido de las bestias dio paso al silencio y luego al canto de las aves, la lava de los volcanes volvió a los cráteres y toda la Tierra pareció dar un suspiro de alivio que con una suave y fresca brisa dejó que todo volviese a la normalidad. Parvati, abandonando su transfiguración endemoniada y ojos enrojecidos, se manifestó más hermosa que nunca, descalza sobre la hierba con su Sari rosado encendido ribeteado con oro, que hacía flotar su vaporosa figura a reunirse con Shiva. Su largo pelo negro brillaba ingrávido como si todo su ser estuviera bajo el agua. Él tomó de su mano con una firme delicadeza, conduciéndola al valle mientras dejaban una estela de olor a sándalo y flores a su paso. El primer animal que tranquilamente salió a su encuentro fue un buen augurio, un elefante blanco. La promesa de los dioses se cumplió. Parvati recuperó a su hijo y la familia volvió a su equilibrio.
Cuando volvimos a
aprender a manejar un scooter.
la royal enfield, un sonido que contrastaba notablemente con el constante «ñeeeeeeeeee» de mi scooter. Era una bramido pero más elegante, una especie de rugido pero no, más bien un ronroneo poderoso, que se sentía vibrar en el estómago y dejaba su eco al pasar: La Royal Enfield. La Harley Davidson inglesa (pero mejor).
carrete con ale antes de tiempo
raton
yoga 5am raton y yoga
desayunos en palms and sands
la cultura de arreglar todo en india, los paraguas, las chalas…
la vez que llovio tanto que el main road se inundó
suicidio de dominic
Safe riendo por verme usar un computador
cuando me cai en la caca
el trekking
bhagsu
varanasi
A mi lado se sentaba Nicole, oriunda de Bombay radicada en Goa hace un par de años. Amiga hasta el día de hoy. También era católica por lo que su estilo y su forma eran más bien occidentales, le gustaba cocinar.
Mysore, no se que me dolió más, si la violación de mi espacio personal o el fuerte golpe que me dio
2 respuestas
Ame leer tu historia, gracias
Ame leer tu historia , gracias 🙏